El té es un producto vivo, orgánico, y como tal, delicado. Si a ello le añadimos que su disfrute es un sutil placer de los sentidos, tanto más motivo para procurar conservarlo con todas sus cualidades organolépticas y más particularmente de aroma y sabor.
El té ha de almacenarse en un lugar fresco, seco y oscuro, preferentemente en una lata o bote opaco y hermético.
Debería consumirse durante el primer año, ya que puede perder cualidades una vez pasado este periodo de tiempo. Si además la forma de conservación no ha sido correcta, puede estropearse mucho antes.
Es recomendable mantener el té lejos de olores fuertes ya que, al ser un material poroso y en estado seco, absorbe olores fácilmente. Ése es el principio de los tés aromatizados: gracias a su capacidad de absorción podemos añadirle aromas de otros productos, como frutas o flores. Sin embargo, todo olor indeseado puede estropear el placer de una taza de té... o de muchas. Por eso es recomendable que el recipiente de conservación sea hermético: no sólo impedirá que el aroma del té se pierda sino que también servirá de barrera para agentes externos como humedad u olores.
El té verde es el más delicado. Aunque se almacene correctamente, sus cualidades sólo permanecerán inalteradas durante semanas y no meses. Para alargar lo más posible su plena riqueza y frescura lo mejor es conservarlo en la nevera o incluso el congelador, siempre teniendo mucho cuidado de que el recipiente en el que se conserve sea absolutamente hermético.
lunes, 10 de noviembre de 2008
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